Se enamoró del propio amor.

Él tenía claro que amaba a aquella chica de ojos marrones y superlativos que expresaban tanto con tan sólo una mirada. Le encantaba dar paseos por las calles de Madrid de su mano, señalando todos los sitios a los que podrían ir ese día. Le encantaba cuando su pequeña se compraba un helado, siempre del mismo sabor, y al final se lo acababa comiendo él porque ha ella no le gustaba. Cuando se volvía loca cada vez que entraba en una tienda de ropa. Sus labios, su sonrisa, y su manera tan elegante pero simple de caminar. Cuando él se reía de sus celos cuando miraba a otra chica de broma, aun sabiendo que ella siempre era la única. También le encantaba sus ganas de vivir la vida, de ser feliz y de comerse el mundo. Le encantaba su forma de maquillarse. Le encantaba cuando se quejaba de su pelo, aun sabiendo que lo tenía precioso. Cuando se compraba unos tacones de infarto sólo para él. Le encantaban sus piernas morenas y los miles de lunares que tenía por todo el cuerpo. La manera que tenía de reírse y la manera que le hacía enloquecer con tan sólo una sonrisa. Le encantaba la manera que tenía de morderse el labio inferior cuando se ponía nerviosa. Cuando veían una bola del mundo en cualquier tienda y señalaban juntos todos los sitios donde podrían ser felices. Le encantaba cuando le revolvía el pelo y le besaba. Y lo guapa que se ponía cuando se enfadaba. Como le olía el pelo a frutas del bosque y aquel perfume suave que tanto le gustaba. Cuando escuchaba música y se ponía a bailar como una loca. Lo romanticona que era. Le encantaba ver películas de amor con ella, porque siempre se imaginaban que aquellas historias les pertenecían a ellos. Le encantaban sus grandes ojos marrones y su pequeña nariz. Y cuando iba todas las mañanas a su casa y le preparaba el desayuno. Pero, sobre todo, la manera que tenía de conquistarle día a día.

Su teléfono sonó, era ella.
- ¡Hola, guapetón!
- Buenos días pequeña... ¿preparada para robarme una vez más el corazón?