Y vuelta a llamar a la puerta de tu corazón.
Sé que abrirás, me mirarás por encima del hombro y, después de sonreir con suficiencia, me invitarás a entrar para ver lo bien que te va.
Sé que me dirás que sientes no poder hacerme un hueco en tu corazón, que la habitación de invitados vuelve a estar ocupada.
Y me mostrarás uno a uno todos tus trofeos, y destacarás el que tiene mi nombre para que nunca olvide que yo también caí en la cuenta.
Y de todas formas, incluso sabiéndolo, llamo a la puerta.
¿Merecen cinco segundos en tu corazón una vida de autocompasión? Da igual, ya has abierto la puerta.
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